LIMA - PERÚ JUEVES 06 DE OCTUBRE DEL 2016
COMENTARIO EXEGÉTICO DE PRIMERA DE JUAN
Primera de Juan 5:1-8.
"Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios: y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quien es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: El Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: El Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan".
*** Introducción.- Después del testimonio peculiarísimo de Juan del envío del Salvador del mundo, fuimos instados a la confesión sobre el particular para evidenciar la permanencia de Dios en nosotros, y de nosotros en él. Al conocer íntimamente, y creer en el amor que Dios nos tiene, somos persuadidos de nuestra filiación con él. Dios es el amor en esencia, y cuando éste nos es impartido, surge el envolvimiento de su naturaleza santa con la nuestra, y se forja la binaria unidad indivisible. Cuando nuestra convicción se hace cabal, el temor es desaforado, y la confianza en Dios ocupa su lugar, aguardando el juicio con una paz interior que sobrepasa todo entendimiento. Nuestro amor a Dios es una reacción al suyo. El amor, a Dios y a nuestros hermanos son inseparables condiciones para la perfecta comunión con el Padre.
*** (1Jn.5:1-3) Una vez más, el apóstol insiste en universalizar la necesidad de la fe en Cristo Jesús, pues ello confirmará nuestra filiación con la Deidad; por otro lado, si amamos al Padre, lo lógico es que amemos a los que él ha engendrado como a nuestros hermanos en la fe. Así, pues, el amor que recibimos de Dios Padre, no es sólo para disfrutarlo particularmente; sino para dispensarlo a nuestro prójimo con liberalidad, dada su abundancia. Así, pues, al guardar los mandamientos divinos, el amor fraternal brotará con espontaneidad de nuestros corazones; y amar no significará ningún esfuerzo, siendo tan natural como respirar. El amor, pues, nos alejará de la idolatría, nos circunscribirá al ámbito de los afectos de la Deidad, y nuestra correspondencia a los mismos; y a tener nuestros tiempos de reunión con él como algo que nuestras almas ansían, nuestro espíritu anhela, y nuestro corazón encuentra gratificante en extremo. Así, también, el uso que hagamos de su glorioso nombre equivaldrá a un homenaje a su fidelidad, y a la nuestra para con él. En lo concerniente a la segunda tabla, nuestro respeto y honor a nuestros padres, permanecerán inalterables, asegurándonos una vida longeva y bendita. Valoraremos en extremo la vida humana (la propia y la ajena), el matrimonio, y las propiedades; no perjudicando a nuestro prójimo, viviendo a tono con nuestra productividad, sin envidiar la ajena.
*** (1Jn.5:4) La victoria sobre el mundo (el cosmos, la organización propiciada por el maligno para atraparnos en la matrix) está asegurada por el NUEVO NACIMIENTO, ya que la fe se abrirá como un abanico de posibilidades, mostrándonos que todo lo que Dios aparejara para nosotros, basta y sobra para nuestra dicha y bienestar perdurables. La lucha contra el mundo nace de la inconsciencia de lo que poseemos en Dios. Cuando la mujer alargó su mano para tomar del fruto prohibido, no pensó en lo que Dios dispuso para su disfrute eternal; sino que se dejó llevar por las palabras de la serpiente, que la fijaron o focalizaron en el mundo fantástico de jugar a ser dios; y el resto de la historia es ya conocida, no valiendo la pena redundar. La fe de los creyentes está contenida en la revelación divina de su plan y su propósito, el cual nos fue entregado en la persona del Creador-Redentor antropomorfizado. Nuestra confianza en las cosas que Dios ha prometido y jurado que serán nuestras, son nuestro escudo defensivo contra las tentaciones que el siglo presente nos presenta cada día con el fin de engañarnos.
*** (1Jn.5:5) Si hemos de ser sinceros con nosotros mismos acerca de nuestra victoria sobre el mundo, hemos de reconocer que Jesús es el Hijo de Dios como nuestra suprema realidad, y ello es el sello de nuestra fe.
*** (1Jn.5:6) Y ahora, Juan nos da el testimonio que el Espíritu Santo nos trae para confirmar nuestra identificación con él por los valores redentivos. Veamos: Éste es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre, no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. La primera venida del Señor tuvo un nacimiento virginal, y también, posteriormente, una muerte vicaria. Cuando Nicodemo dialogó nocturnamente con Jesús, y él le habló del NUEVO NACIMIENTO, le dijo que había que nacer del agua y del Espíritu para penetrar en el reino de Dios, porque lo que era nacido de la carne, carne era; y lo que era nacido del Espíritu, espíritu era (Jn.3:5-6), y luego le ministró Ezequiel 36:25-28, 27e; donde refiere que esparcirá sobre su pueblo agua limpia, para limpiarlos de todos sus ídolos y de toda su inmundicia, darles un nuevo corazón y poner dentro de ellos su Espíritu, para andar en sus estatutos, guardando sus preceptos y poniéndolos por obra; algo que nos viene diciendo Juan desde el inicio de esta epístola, capítulo por capítulo. También Pablo sintetiza esta misma visión cuando dice que los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo (obsérvese cómo se juntan el agua y la sangre), a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (Ro.6:3-4). Pablo volverá a insistir en su carta a Tito, al decir: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia. POR EL LAVAMIENTO DE LA REGENERACIÓN Y POR LA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO (Tit.3:5). El agua del bautismo, y la sangre del pacto, fijan nuestra posición en Cristo Jesús, aceptándonos, redimiéndonos y consolidándonos con la presencia del Espíritu Santo. Y el Espíritu en nosotros es el que compone el testimonio de la perfecta redención operada a nuestro favor; y Juan manifiesta que el Espíritu (Santo) es la verdad.
*** (1Jn.5:7) El testimonio celestial es trino, y nótese cómo Juan nos dice quiénes son los tres testigos celestiales: 1) El Padre; 2) El Verbo (nombre del Señor antes de la Encarnación); 3) El Espíritu Santo; mostrándonos a la Trinidad en su acuerdo para nuestra redención, en el que los tres actuarían, cada uno en su propia esfera, participando activamente en nuestro recobro para el reino. Si notamos en la bandera israelita los dos triángulos equiláteros que están entrecruzados, ello nos habla del testimonio de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba.
EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA 06/10/2016
*** (1Jn.5:1-3) Una vez más, el apóstol insiste en universalizar la necesidad de la fe en Cristo Jesús, pues ello confirmará nuestra filiación con la Deidad; por otro lado, si amamos al Padre, lo lógico es que amemos a los que él ha engendrado como a nuestros hermanos en la fe. Así, pues, el amor que recibimos de Dios Padre, no es sólo para disfrutarlo particularmente; sino para dispensarlo a nuestro prójimo con liberalidad, dada su abundancia. Así, pues, al guardar los mandamientos divinos, el amor fraternal brotará con espontaneidad de nuestros corazones; y amar no significará ningún esfuerzo, siendo tan natural como respirar. El amor, pues, nos alejará de la idolatría, nos circunscribirá al ámbito de los afectos de la Deidad, y nuestra correspondencia a los mismos; y a tener nuestros tiempos de reunión con él como algo que nuestras almas ansían, nuestro espíritu anhela, y nuestro corazón encuentra gratificante en extremo. Así, también, el uso que hagamos de su glorioso nombre equivaldrá a un homenaje a su fidelidad, y a la nuestra para con él. En lo concerniente a la segunda tabla, nuestro respeto y honor a nuestros padres, permanecerán inalterables, asegurándonos una vida longeva y bendita. Valoraremos en extremo la vida humana (la propia y la ajena), el matrimonio, y las propiedades; no perjudicando a nuestro prójimo, viviendo a tono con nuestra productividad, sin envidiar la ajena.
*** (1Jn.5:4) La victoria sobre el mundo (el cosmos, la organización propiciada por el maligno para atraparnos en la matrix) está asegurada por el NUEVO NACIMIENTO, ya que la fe se abrirá como un abanico de posibilidades, mostrándonos que todo lo que Dios aparejara para nosotros, basta y sobra para nuestra dicha y bienestar perdurables. La lucha contra el mundo nace de la inconsciencia de lo que poseemos en Dios. Cuando la mujer alargó su mano para tomar del fruto prohibido, no pensó en lo que Dios dispuso para su disfrute eternal; sino que se dejó llevar por las palabras de la serpiente, que la fijaron o focalizaron en el mundo fantástico de jugar a ser dios; y el resto de la historia es ya conocida, no valiendo la pena redundar. La fe de los creyentes está contenida en la revelación divina de su plan y su propósito, el cual nos fue entregado en la persona del Creador-Redentor antropomorfizado. Nuestra confianza en las cosas que Dios ha prometido y jurado que serán nuestras, son nuestro escudo defensivo contra las tentaciones que el siglo presente nos presenta cada día con el fin de engañarnos.
*** (1Jn.5:5) Si hemos de ser sinceros con nosotros mismos acerca de nuestra victoria sobre el mundo, hemos de reconocer que Jesús es el Hijo de Dios como nuestra suprema realidad, y ello es el sello de nuestra fe.
*** (1Jn.5:6) Y ahora, Juan nos da el testimonio que el Espíritu Santo nos trae para confirmar nuestra identificación con él por los valores redentivos. Veamos: Éste es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre, no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. La primera venida del Señor tuvo un nacimiento virginal, y también, posteriormente, una muerte vicaria. Cuando Nicodemo dialogó nocturnamente con Jesús, y él le habló del NUEVO NACIMIENTO, le dijo que había que nacer del agua y del Espíritu para penetrar en el reino de Dios, porque lo que era nacido de la carne, carne era; y lo que era nacido del Espíritu, espíritu era (Jn.3:5-6), y luego le ministró Ezequiel 36:25-28, 27e; donde refiere que esparcirá sobre su pueblo agua limpia, para limpiarlos de todos sus ídolos y de toda su inmundicia, darles un nuevo corazón y poner dentro de ellos su Espíritu, para andar en sus estatutos, guardando sus preceptos y poniéndolos por obra; algo que nos viene diciendo Juan desde el inicio de esta epístola, capítulo por capítulo. También Pablo sintetiza esta misma visión cuando dice que los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo (obsérvese cómo se juntan el agua y la sangre), a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva (Ro.6:3-4). Pablo volverá a insistir en su carta a Tito, al decir: "Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia. POR EL LAVAMIENTO DE LA REGENERACIÓN Y POR LA RENOVACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO (Tit.3:5). El agua del bautismo, y la sangre del pacto, fijan nuestra posición en Cristo Jesús, aceptándonos, redimiéndonos y consolidándonos con la presencia del Espíritu Santo. Y el Espíritu en nosotros es el que compone el testimonio de la perfecta redención operada a nuestro favor; y Juan manifiesta que el Espíritu (Santo) es la verdad.
*** (1Jn.5:7) El testimonio celestial es trino, y nótese cómo Juan nos dice quiénes son los tres testigos celestiales: 1) El Padre; 2) El Verbo (nombre del Señor antes de la Encarnación); 3) El Espíritu Santo; mostrándonos a la Trinidad en su acuerdo para nuestra redención, en el que los tres actuarían, cada uno en su propia esfera, participando activamente en nuestro recobro para el reino. Si notamos en la bandera israelita los dos triángulos equiláteros que están entrecruzados, ello nos habla del testimonio de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba.
*** (1Jn.5:8) El testimonio trino se repite en la tierra (nótese hacia dónde apunta el triángulo equilátero cuya base reposa en la parte baja, implicando lo que se eleva a Dios desde la tierra). Y es el Espíritu Santo, el medio a través del cual se catalizan nuestras imposibilidades debido a la deuda de pecado que la sangre borró, y el agua corroboró al bautizarnos en el nombre del Salvador; y el Espíritu, el agua y la sangre le responden al cielo con un estruendoso amén.
EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA 06/10/2016
LA PLUMA TIERNA, GENEROSA Y ENJUNDIOSA, DEL APÓSTOL JUAN, NO NOS HA NEGADO NADA RESPECTO AL PANORAMA RELACIONAL CON LA DEIDAD, CONFIRMANDO ASÍ SU BUENA VOLUNTAD PARA CON NOSOTROS, Y SU PUNTUALIDAD PARA REVELARNOS LAS INTIMIDADES DE UNA GENUINA RELACIÓN CON DIOS Y CON NUESTROS PRÓJIMOS.
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