LIMA - PERÚ JUEVES 22 DE SETIEMBRE DEL 2016
COMENTARIO EXEGÉTICO DE PRIMERA DE JUAN
Primera de Juan 2:3-6.
"Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por eso sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo".
*** Introducción.- Desde que Juan nos mostró que Dios es LUZ, y que en él no hay tinieblas, nos reveló la senda de la comunión con él, llamándonos a comportarnos de manera semejante a él, para no ser hallados como gente embustera. Al caminar en la luz, evidenciábamos nuestra comunión con la Deidad. La presencia de nuestra naturaleza pecaminosa, nos aturdió; pero luego descubrimos que el Padre nos llamaba a andar por el espíritu, para obtener el perfecto equilibrio en nuestro caminar, poniendo la mira en las cosas de arriba, y permitiendo que Jesús, nuestro Señor y Abogado se hiciera cargo de todo lo deficitario en nosotros, dejando de ser jueces de los demás, para experimentar verdadera compasión por las almas.
*** (1Jn.2:3) A partir de aquí, nuestro fluir se caracterizará por la emulación del Padre, y por la obediencia a sus mandatos como directrices trascendentes. Hemos de entender el sentido claro de nuestra redención, desde el borramiento de nuestras culpas, hasta las diarias tratativas en pos de nuestra perfección mediante la progresiva transformación y conformación que nos llevan hasta la santificación, y que nos habilita para la herencia. No habrá necesidad de hacer una profunda y exhaustiva investigación sobre cada individuo, nos bastará saber si está guardando sus mandamientos, o no. Aquellos que le conocen, viven en temor y temblor constantes, teniendo como la peor desgracia la pérdida de la comunión con el Dios y Padre. Si sus mandamientos son nuestros principios, nuestras actitudes corresponderán a su naturaleza obrando en nosotros; si no es así, es tiempo de renovar nuestras mentes, dándole al pensar y el obrar un derrotero acorde con la nueva naturaleza ingerida.
*** (1Jn.2:4) Y aquí tenemos graficada la declaración del verso anterior: "El que dice"; esto es el que pretende fantasear una confesión de fe acorde con su posición, no teniendo la posesión de dicha realidad operando en él, es decir, haciendo una inorgánica emisión de una condición que no tiene el respaldo del Padre. El guardar los mandamientos es como cargar contigo un portaherramientas; según se presenta la necesidad, tomas la herramienta del caso para proceder a usarla según corresponda, conduciéndote con la destreza y habilidad del caso para el arreglo pertinente. Todos hemos visto el ridículo de quien se jacta de tener o poseer algo, y cuando se le solicita que lo muestre, busca en el archivo mental de sus excusas una respuesta que lo exima de responder con eficacia a dicho requerimiento. La mentira excusatoria, es el fiel testigo de que la verdad no nos habita, y que los demás no quieren entrar en nuestra fantasía religiosa, ni ser cómplices de nuestras fabulaciones.
*** (1Jn.2:5) En contraposición a lo antedicho, el guardador-obrador, está siempre listo para ejecutar la voluntad divina sin más trámite, sabiéndose empoderado por él; y lo que estuviera en un inicio de forma embrionaria en él, ha llegado a expandirse hasta ocupar su ser entero, hallándose a la orden. Y si nos preguntamos ¿por qué el amor de Dios tiene que perfeccionarse, si el tal es perfecto? Hemos de contestar que la referencia juanina no es al amor de Dios por sí mismo, sino al cómo éste va hallando cabida en nuestros corazones, mentes y miembros, y va sumándose poquito a poquito, amalgamándose a nosotros al ritmo de su virtual acoplamiento, y donde antes brotara nuestro temperamento lleno de sí mismo, hay claveles y rosas para compartir; perfumes y aromas, en lugar de vulgaridad y hediondez. Es así como el lugar del juicio se convierte en el asiento de la misericordia, estableciendo un contacto suave y tierno donde antes sólo existía la suspicacia; no de Dios, mas la nuestra. Estar en él es la fuente de nuestra paz, vivamos disfrutándola.
*** (1Jn.2:6) La confesión de fe y comunión se magnifican en el consecuente andar como él anduvo. El principio divino que nos muestra la ley divina, es la santidad divinal, la misma que hace que Dios tenga paz consigo mismo al observar su invariabilidad a lo largo de las edades. La comunión inalterable con la Deidad es comparable con la justicia perdurable que él nos iba a dispensar como un bien que no fluctuaría con el andar de los tiempos, que se mantendría en su inalterabilidad en el trámite de las edades, garantizándonos su amor, su misericordia, su paciencia; y a su disposición para mantener las cosas de modo que a él le agraden, con aquellos que quieren agradarle (Dn.9:24b). La permanencia en la existencialidad divinal, es la garantía de nuestro gozo vivencial.
*** (1Jn.2:3) A partir de aquí, nuestro fluir se caracterizará por la emulación del Padre, y por la obediencia a sus mandatos como directrices trascendentes. Hemos de entender el sentido claro de nuestra redención, desde el borramiento de nuestras culpas, hasta las diarias tratativas en pos de nuestra perfección mediante la progresiva transformación y conformación que nos llevan hasta la santificación, y que nos habilita para la herencia. No habrá necesidad de hacer una profunda y exhaustiva investigación sobre cada individuo, nos bastará saber si está guardando sus mandamientos, o no. Aquellos que le conocen, viven en temor y temblor constantes, teniendo como la peor desgracia la pérdida de la comunión con el Dios y Padre. Si sus mandamientos son nuestros principios, nuestras actitudes corresponderán a su naturaleza obrando en nosotros; si no es así, es tiempo de renovar nuestras mentes, dándole al pensar y el obrar un derrotero acorde con la nueva naturaleza ingerida.
*** (1Jn.2:4) Y aquí tenemos graficada la declaración del verso anterior: "El que dice"; esto es el que pretende fantasear una confesión de fe acorde con su posición, no teniendo la posesión de dicha realidad operando en él, es decir, haciendo una inorgánica emisión de una condición que no tiene el respaldo del Padre. El guardar los mandamientos es como cargar contigo un portaherramientas; según se presenta la necesidad, tomas la herramienta del caso para proceder a usarla según corresponda, conduciéndote con la destreza y habilidad del caso para el arreglo pertinente. Todos hemos visto el ridículo de quien se jacta de tener o poseer algo, y cuando se le solicita que lo muestre, busca en el archivo mental de sus excusas una respuesta que lo exima de responder con eficacia a dicho requerimiento. La mentira excusatoria, es el fiel testigo de que la verdad no nos habita, y que los demás no quieren entrar en nuestra fantasía religiosa, ni ser cómplices de nuestras fabulaciones.
*** (1Jn.2:5) En contraposición a lo antedicho, el guardador-obrador, está siempre listo para ejecutar la voluntad divina sin más trámite, sabiéndose empoderado por él; y lo que estuviera en un inicio de forma embrionaria en él, ha llegado a expandirse hasta ocupar su ser entero, hallándose a la orden. Y si nos preguntamos ¿por qué el amor de Dios tiene que perfeccionarse, si el tal es perfecto? Hemos de contestar que la referencia juanina no es al amor de Dios por sí mismo, sino al cómo éste va hallando cabida en nuestros corazones, mentes y miembros, y va sumándose poquito a poquito, amalgamándose a nosotros al ritmo de su virtual acoplamiento, y donde antes brotara nuestro temperamento lleno de sí mismo, hay claveles y rosas para compartir; perfumes y aromas, en lugar de vulgaridad y hediondez. Es así como el lugar del juicio se convierte en el asiento de la misericordia, estableciendo un contacto suave y tierno donde antes sólo existía la suspicacia; no de Dios, mas la nuestra. Estar en él es la fuente de nuestra paz, vivamos disfrutándola.
*** (1Jn.2:6) La confesión de fe y comunión se magnifican en el consecuente andar como él anduvo. El principio divino que nos muestra la ley divina, es la santidad divinal, la misma que hace que Dios tenga paz consigo mismo al observar su invariabilidad a lo largo de las edades. La comunión inalterable con la Deidad es comparable con la justicia perdurable que él nos iba a dispensar como un bien que no fluctuaría con el andar de los tiempos, que se mantendría en su inalterabilidad en el trámite de las edades, garantizándonos su amor, su misericordia, su paciencia; y a su disposición para mantener las cosas de modo que a él le agraden, con aquellos que quieren agradarle (Dn.9:24b). La permanencia en la existencialidad divinal, es la garantía de nuestro gozo vivencial.
EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA 22/09/2016
LA VIDA CRISTIANA, NO ES UN RELIGIOSO Y EXTERNO EJERCICIO QUE NOS HAGA QUEDAR BIEN CON LOS DEMÁS, O SENTIRNOS TRANQUILOS POR CUMPLIR CON CIERTAS FECHAS O EVENTOS; SINO UNA VIDA DE FILIACIÓN CON NUESTROS HERMANOS EN EL CONTEXTO DE LA BÚSQUEDA DEL AGRADO DIVINAL. DECIR Y HACER, CONFIRMANDO LA VERACIDAD DE NUESTRA FE ES LA ÚNICA VÍA PARA EXPERIMENTAR UNA COMUNIÓN REAL CON EL DIOS VIVO.
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