LIMA - PERÚ VIERNES 08 DE JULIO DEL 2016
COMENTARIO EXEGÉTICO DE LA EPÍSTOLA DE PABLO A LOS ROMANOS
Romanos 3:1-8.
"¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios. ¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado. Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.) En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al mundo? Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? ¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan bienes?".
*** Después de ejecutar juicio sobre gentiles y judíos, en el capítulo anterior, sólo cabe preguntarse qué ventaja tiene un judío sobre un gentil; y cuál es el provecho de la circuncisión, si a fin de cuentas la religión como blasón, y la cicatriz en la zona genital no son sino un símbolo que, al parecer, carece de utilidad práctica; y Pablo aquí se presenta como un objetor que se hace estas preguntas, porque ello lo deja sin excusas ante el Dios justo que ha de juzgar al ser humano por sus hechos u obras (Ro.2:6). ¿De qué puedo asirme? interroga el hipotético objetor. Y Pablo le responde en conformidad al sentido práctico que Dios le diera a las cosas en el plano relacional. La primera ventaja es que ellos, los judíos, han sido hechos depositarios de la palabra de Dios (privilegio que nadie más ha tenido, implicando una dignidad asignada, y no un mérito racial particular); y eso los hacía peculiares entre los seres humanos necesitados de redención (nosotros entre ellos), siendo el eco de una realidad que debía ser mostrada mediante una conducta ajustada a los principios enunciados, y no en ponerle cerco a la ley para evitar el contacto con la realidad que ella postula.
*** La incredulidad de algunos meros profesantes, no anula para nada la divina fidelidad, la misma que no requiere de la democracia para existir, pues ella es esencialmente digna de crédito aunque usted no lo crea. Ser incrédulo u hostil a la verdad no hará que ésta cambie o se adapte al clima de aceptación o rechazo del porcentaje de mentirosos e infieles que busquen impugnarla. En todo trance, hallaremos que Dios es real en lo que dice, y todo hombre mentiroso en su objeción o negativa a aceptar la veracidad de la divina aserción. Y por eso está escrito: "Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado". ¿De qué otro modo podría constatarse la verdad si acudimos a ella como vía de apoyo; sino por la genuinidad de ella misma? Nuestras mentiras no impugnan la verdad; antes bien LA RESALTAN. Y si esto es así, sigue preguntando el antagonista, nuestra transgresión hace que la veracidad divinal se note aún más; ¿no le conviene eso a Dios? ¿Por qué nos castiga o condena? Nuestro castigo resultaría injusto a todas luces, debiendo, más bien, premiarnos por nuestro "sacrificio" ¡Dios santo!
*** Las evidencias nos permiten condenar al culpable y eximir al inocente, emitiendo un juicio oportuno y exacto, relacionado directamente con los merecimientos del caso. Un Dios justo no puede menos que condenar la culpa, y castigarla a su sazón. Aquellos sinvergüernzas que argüían que Pablo decía: Hagamos males para que nos vengan bienes (como los herejes de Creciendo en Gracia que después se harían llamar: "Reinando en vida". ¡Ay, Padre!), queriendo servirse de la gracia como un estropajo o papel higiénico ¡Infames! Estos perversos han de recibir una justa condenación por su naturaleza relapsa y tercamente reincidente. Se torna imperativo el rendirnos al diagnóstico divino refrendado por el apóstol, que aún tiene cosas que agregar a las ya citadas.
*** Después de ejecutar juicio sobre gentiles y judíos, en el capítulo anterior, sólo cabe preguntarse qué ventaja tiene un judío sobre un gentil; y cuál es el provecho de la circuncisión, si a fin de cuentas la religión como blasón, y la cicatriz en la zona genital no son sino un símbolo que, al parecer, carece de utilidad práctica; y Pablo aquí se presenta como un objetor que se hace estas preguntas, porque ello lo deja sin excusas ante el Dios justo que ha de juzgar al ser humano por sus hechos u obras (Ro.2:6). ¿De qué puedo asirme? interroga el hipotético objetor. Y Pablo le responde en conformidad al sentido práctico que Dios le diera a las cosas en el plano relacional. La primera ventaja es que ellos, los judíos, han sido hechos depositarios de la palabra de Dios (privilegio que nadie más ha tenido, implicando una dignidad asignada, y no un mérito racial particular); y eso los hacía peculiares entre los seres humanos necesitados de redención (nosotros entre ellos), siendo el eco de una realidad que debía ser mostrada mediante una conducta ajustada a los principios enunciados, y no en ponerle cerco a la ley para evitar el contacto con la realidad que ella postula.
*** La incredulidad de algunos meros profesantes, no anula para nada la divina fidelidad, la misma que no requiere de la democracia para existir, pues ella es esencialmente digna de crédito aunque usted no lo crea. Ser incrédulo u hostil a la verdad no hará que ésta cambie o se adapte al clima de aceptación o rechazo del porcentaje de mentirosos e infieles que busquen impugnarla. En todo trance, hallaremos que Dios es real en lo que dice, y todo hombre mentiroso en su objeción o negativa a aceptar la veracidad de la divina aserción. Y por eso está escrito: "Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado". ¿De qué otro modo podría constatarse la verdad si acudimos a ella como vía de apoyo; sino por la genuinidad de ella misma? Nuestras mentiras no impugnan la verdad; antes bien LA RESALTAN. Y si esto es así, sigue preguntando el antagonista, nuestra transgresión hace que la veracidad divinal se note aún más; ¿no le conviene eso a Dios? ¿Por qué nos castiga o condena? Nuestro castigo resultaría injusto a todas luces, debiendo, más bien, premiarnos por nuestro "sacrificio" ¡Dios santo!
*** Las evidencias nos permiten condenar al culpable y eximir al inocente, emitiendo un juicio oportuno y exacto, relacionado directamente con los merecimientos del caso. Un Dios justo no puede menos que condenar la culpa, y castigarla a su sazón. Aquellos sinvergüernzas que argüían que Pablo decía: Hagamos males para que nos vengan bienes (como los herejes de Creciendo en Gracia que después se harían llamar: "Reinando en vida". ¡Ay, Padre!), queriendo servirse de la gracia como un estropajo o papel higiénico ¡Infames! Estos perversos han de recibir una justa condenación por su naturaleza relapsa y tercamente reincidente. Se torna imperativo el rendirnos al diagnóstico divino refrendado por el apóstol, que aún tiene cosas que agregar a las ya citadas.
EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA 08/07/2016
RESULTA IMPERATIVO QUE LA JUSTICIA DIVINA SEA VINDICADA ANTE LOS OJOS Y CORAZONES DE LOS QUE PRETENDEN IMPUGNARLA, QUERIENDO QUE ÉSTA DÉ VEREDICTOS OPUESTOS A LO QUE ES SU NATURALEZA, PRETENDIENDO RECUSAR AL JUEZ DE TODA CARNE ¡HABRÁSE VISTO!
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