LIMA - PERÚ DOMINGO 21 DE AGOSTO DEL 2016
COMENTARIO EXEGÉTICO DE LA EPÍSTOLA DE PABLO A LOS ROMANOS
Romanos 10:11-15.
"Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian alegres nuevas!".
*** Introducción.- El apóstol ha revelado el sentir de su corazón respecto a sus coterráneos, revelando cómo al errar en el contexto de su celo para con Dios, se tornan renuentes a recibir la dádiva de amor del Padre, procurando establecer su propia justicia, argumentando ante Dios que ellos pueden hacerlo por sí mismos, y que no tienen necesidad de la gracia. Aquella falta de entendimiento los hace discurrir en su interior sobre la forma de actuar del Señor; pero Pablo sigue insistiendo, y devolviéndolos a Deuteronomio 30:11-14, donde la elección de la nación era entre la vida y la muerte; la bendición y la maldición; y que el deseo del Padre era que vivieran, conminándolos a una decisión de fe que debía emerger de lo más profundo de su ser, implicando el Señorío de Cristo y la vida de resurrección para alcanzar la salvación en su sentido más amplio. Luego, el apóstol les comparte algo precioso, haciéndoles saber que la fe debe ser guardada en el corazón como su poderosa convicción y la fortaleza que los integra a la filiación con el Padre, y que la confesión de ese contenido en nuestros labios, cada día, equivale a la realidad trascendente de nuestra salvación (He.11:13).
*** (Ro.10:11-12)) Cuando se apela a lo que ya está escrito, se indica aquello que ya está sellado por la Deidad, y que goza de la inalterabilidad por toda la cronología humana. La fe real no será jamás un motivo de vergüenza, sino más bien un motivo de gloria traída del mismo trono de Dios, quien nos ha edificado sobre aquella Piedra Angular que lo sostiene todo por las edades (Is.28:16). Luego, introduce aquí a los gentiles, implicando que el efecto de esa salvación es una realidad compartida por la fe, basada en el Señorío de Cristo, y que se descubre porque al momento de gemir o implorar o clamar o evocar, la bendita respuesta llega sin distingos de ningún tipo, recordándonos todo lo referido en el capítulo 3:21-30. Y aunque este plano de integración disguste a muchos, así lo decidió el Señor, haciéndonos uno por el mensaje del evangelio. La invocación es la que evidencia la identidad de hijos, y la divina respuesta trae a nuestras mentes el hecho imborrable de nuestra integración como pueblo de Dios (Ro.8:15; Gá.4:5-7). Al mencionar las riquezas, deducimos que son las que tienen en gloria con Cristo Jesús (Fil.4:19). El creciente número de invocadores nos da la certeza de a cuántos el Señor ha ubicado en su plano corporativo.
*** (Ro.10:13) La invocación no es un vacío hablar sin ton ni son; sino el poseer una conciencia clara de nuestra filiación en calidad de hijos de Dios. Al invocar el nombre del Señor Jesús, nos ponemos en línea con su ser y su accionar; la certeza de nuestra posición de hijos de Dios, y de que él es nuestro Guardador. Si estamos pegados a su Señorío (obedeciendo plenamente sus mandamientos en cuanto a lo que él nos ha instruido), tenemos la certeza de que seremos oídos y socorridos, amparados y protegidos no sólo por su presencia, sino porque le obedecemos siempre en cuanto al divino fluir (Jn.8:29; 14:20-21,23-24). Si la invocación verbal no es producida por la fe de nuestros corazones, no es más que un amuleto taoísta de orientales orígenes, un repetir vanas oraciones mientras golpeas la panza del Buda, un insustancial lenguaje que no mueve la mano de Dios a tu favor (Mt.6:7). La invocación del nombre de Jesús en nuestros momentos críticos, es el derecho legal que les corresponde a los hijos de Dios, y el nexo que hace que la guardianía celeste se haga cargo de nuestras necesidades por protección (Recordemos las dos trompetas de plata de Números 10, para que tengamos una analogía que nos dé luz al respecto).
*** (Ro.10:14-15) Nuestro plano relacional con la Deidad es el producto de todo lo que el apóstol refiere aquí, yendo de menos a más. Veamos:
(1) ¿Pueden invocar, esto es, llamar a Dios, los que no le conocen, y que no tienen vínculo alguno con él? Aunque puedan hacerlo, no hay entre ellos y el Señor el vínculo filial que pone a su disposición todo el poder de Dios para cubrirlos con su amor y su gracia, pues no les asiste el derecho que nosotros sí tenemos por ser hijos de Dios, y coherederos con Cristo. ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no creen? (¿Recordamos a los hijos de Esceva cuando le decían al demonio que lo conjuraban por Jesús, el que predicaba Pablo, y lo que el demonio les hizo?) Ellos no mostraban su fe en Jesús, sino que utilizaban el nombre de Jesús como un mágico conjuro que tal vez podía ligarles. Pero entre ellos y Jesús no existía vínculo alguno.
(2) ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? No se trata de una mera referencia de índole personal o ministerial; sino de que si son o no sujetos de fe (ésta viene por el oír y el oír la palabra de Dios, o al Verbo, afectando sus corazones y sus vidas). La necesidad de predicar el evangelio en la individualidad del Hijo de Dios.
(3) ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? Esto entra ya dentro del área de la responsabilidad humana de los testigos del Señor, entre los cuales estamos nosotros, dándonos a entender el apóstol nuestros deberes inherentes a la Gran Comisión.
(4) ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Si nosotros mismos no nos estamos haciendo cargo de esta obra, hemos de velar para que otros puedan ejecutarla, habiendo dos modos de hacer las cosas: ID o DAD (Esd.1:2-4). La Iglesia es llamada a comisionar ministros para que hagan la obra del evangelio en otros lugares y latitudes. Que nuestro aporte en calidad de obreros, o de colaboradores de Dios en el área pecuniaria, nos ubiquen en el centro de la voluntad divina para cubrir el propósito del Padre en la extensión del reino. El apóstol nos recuerda lo que Isaías 52:6-7 nos refiere: "Por tanto mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo, HE AQUÍ ESTARÉ PRESENTE. ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas (mover personal), del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!".
*** Introducción.- El apóstol ha revelado el sentir de su corazón respecto a sus coterráneos, revelando cómo al errar en el contexto de su celo para con Dios, se tornan renuentes a recibir la dádiva de amor del Padre, procurando establecer su propia justicia, argumentando ante Dios que ellos pueden hacerlo por sí mismos, y que no tienen necesidad de la gracia. Aquella falta de entendimiento los hace discurrir en su interior sobre la forma de actuar del Señor; pero Pablo sigue insistiendo, y devolviéndolos a Deuteronomio 30:11-14, donde la elección de la nación era entre la vida y la muerte; la bendición y la maldición; y que el deseo del Padre era que vivieran, conminándolos a una decisión de fe que debía emerger de lo más profundo de su ser, implicando el Señorío de Cristo y la vida de resurrección para alcanzar la salvación en su sentido más amplio. Luego, el apóstol les comparte algo precioso, haciéndoles saber que la fe debe ser guardada en el corazón como su poderosa convicción y la fortaleza que los integra a la filiación con el Padre, y que la confesión de ese contenido en nuestros labios, cada día, equivale a la realidad trascendente de nuestra salvación (He.11:13).
*** (Ro.10:11-12)) Cuando se apela a lo que ya está escrito, se indica aquello que ya está sellado por la Deidad, y que goza de la inalterabilidad por toda la cronología humana. La fe real no será jamás un motivo de vergüenza, sino más bien un motivo de gloria traída del mismo trono de Dios, quien nos ha edificado sobre aquella Piedra Angular que lo sostiene todo por las edades (Is.28:16). Luego, introduce aquí a los gentiles, implicando que el efecto de esa salvación es una realidad compartida por la fe, basada en el Señorío de Cristo, y que se descubre porque al momento de gemir o implorar o clamar o evocar, la bendita respuesta llega sin distingos de ningún tipo, recordándonos todo lo referido en el capítulo 3:21-30. Y aunque este plano de integración disguste a muchos, así lo decidió el Señor, haciéndonos uno por el mensaje del evangelio. La invocación es la que evidencia la identidad de hijos, y la divina respuesta trae a nuestras mentes el hecho imborrable de nuestra integración como pueblo de Dios (Ro.8:15; Gá.4:5-7). Al mencionar las riquezas, deducimos que son las que tienen en gloria con Cristo Jesús (Fil.4:19). El creciente número de invocadores nos da la certeza de a cuántos el Señor ha ubicado en su plano corporativo.
*** (Ro.10:13) La invocación no es un vacío hablar sin ton ni son; sino el poseer una conciencia clara de nuestra filiación en calidad de hijos de Dios. Al invocar el nombre del Señor Jesús, nos ponemos en línea con su ser y su accionar; la certeza de nuestra posición de hijos de Dios, y de que él es nuestro Guardador. Si estamos pegados a su Señorío (obedeciendo plenamente sus mandamientos en cuanto a lo que él nos ha instruido), tenemos la certeza de que seremos oídos y socorridos, amparados y protegidos no sólo por su presencia, sino porque le obedecemos siempre en cuanto al divino fluir (Jn.8:29; 14:20-21,23-24). Si la invocación verbal no es producida por la fe de nuestros corazones, no es más que un amuleto taoísta de orientales orígenes, un repetir vanas oraciones mientras golpeas la panza del Buda, un insustancial lenguaje que no mueve la mano de Dios a tu favor (Mt.6:7). La invocación del nombre de Jesús en nuestros momentos críticos, es el derecho legal que les corresponde a los hijos de Dios, y el nexo que hace que la guardianía celeste se haga cargo de nuestras necesidades por protección (Recordemos las dos trompetas de plata de Números 10, para que tengamos una analogía que nos dé luz al respecto).
*** (Ro.10:14-15) Nuestro plano relacional con la Deidad es el producto de todo lo que el apóstol refiere aquí, yendo de menos a más. Veamos:
(1) ¿Pueden invocar, esto es, llamar a Dios, los que no le conocen, y que no tienen vínculo alguno con él? Aunque puedan hacerlo, no hay entre ellos y el Señor el vínculo filial que pone a su disposición todo el poder de Dios para cubrirlos con su amor y su gracia, pues no les asiste el derecho que nosotros sí tenemos por ser hijos de Dios, y coherederos con Cristo. ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no creen? (¿Recordamos a los hijos de Esceva cuando le decían al demonio que lo conjuraban por Jesús, el que predicaba Pablo, y lo que el demonio les hizo?) Ellos no mostraban su fe en Jesús, sino que utilizaban el nombre de Jesús como un mágico conjuro que tal vez podía ligarles. Pero entre ellos y Jesús no existía vínculo alguno.
(2) ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? No se trata de una mera referencia de índole personal o ministerial; sino de que si son o no sujetos de fe (ésta viene por el oír y el oír la palabra de Dios, o al Verbo, afectando sus corazones y sus vidas). La necesidad de predicar el evangelio en la individualidad del Hijo de Dios.
(3) ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique? Esto entra ya dentro del área de la responsabilidad humana de los testigos del Señor, entre los cuales estamos nosotros, dándonos a entender el apóstol nuestros deberes inherentes a la Gran Comisión.
(4) ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Si nosotros mismos no nos estamos haciendo cargo de esta obra, hemos de velar para que otros puedan ejecutarla, habiendo dos modos de hacer las cosas: ID o DAD (Esd.1:2-4). La Iglesia es llamada a comisionar ministros para que hagan la obra del evangelio en otros lugares y latitudes. Que nuestro aporte en calidad de obreros, o de colaboradores de Dios en el área pecuniaria, nos ubiquen en el centro de la voluntad divina para cubrir el propósito del Padre en la extensión del reino. El apóstol nos recuerda lo que Isaías 52:6-7 nos refiere: "Por tanto mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día; porque yo mismo que hablo, HE AQUÍ ESTARÉ PRESENTE. ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas (mover personal), del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!".
EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA 21/08/2016
AL PASAR EL APÓSTOL PABLO AL PANORAMA DE LA RESPONSABILIDAD HUMANA, NOS CONMINA A ENCARGARNOS DE LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO ENTERO, PREDICANDO LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE, ASÍ A JUDÍOS COMO A GENTILES. EL PANORAMA DE LO QUE ES LA EVANGELIZACIÓN Y LA PREPARACIÓN DE LOS QUE SERÁN UTLIZADOS DENTRO DE ESTE MINISTERIO. EL IR O EL DAR COMO EL ÚNICO PLANO DE PARTICIPACIÓN.
ResponderEliminarque hace la foto de avila ahi??
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