sábado, 11 de junio de 2016

EL APÓSTOL PEDRO, QUIERE QUE TENGAMOS UN CABAL ENTENDIMIENTO DEL POR QUÉ DE NUESTRAS AFLICCIONES POR EL SEÑOR; DE LO QUE ELLAS SIGNIFICAN EN NUESTRO ADIESTRAMIENTO COMO VASOS ÚTILES, PARA SU GLORIA, Y PARA EFECTUAR SU BENEPLÁCITO EN EL CONTEXTO DE LAS EDADES. NOS MUESTRA LA DIFERENCIA ENTRE UN PADECER POR HACER MALDADES, Y UNO POR EFECTUAR LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL PANORAMA CONTEXTUAL DEL SIGLO PRESENTE; DEL JUICIO QUE NOS ESPERA A TODOS EN CONFORMIDAD A NUESTROS HECHOS; DEL PADECIMIENTO EN CONFORMIDAD A LA VOLUNTAD DE DIOS.

LIMA - PERÚ  SÁBADO 11 DE JUNIO DEL 2016

COMENTARIO EXEGÉTICO DE LA PRIMERA EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PEDRO

Primera de Pedro 4:14-19.

"Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entrometerse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien".

*** (1P.4:14a) El participar de los sufrimientos de Cristo nos revela que estamos caminando dentro de los planes divinos, totalmente intolerables para el maligno, quien siempre buscará disuadirnos para que no sigamos la recta senda que a la gloria nos lleva. Si los vituperios que nos alcanzan son por nuestra identificación con Jesucristo, el apóstol nos califica como bienaventurados o dichosos, pues son las marcas del peregrino (Gá.6:17), y es nuestro certificado como gente en la que el Espíritu de Dios reposa, implicando la divina elección y el gobierno del mismo en nuestro accionar; ¡nada es más temible para el maligno! Recordemos cómo fue identificado Jesús por el Bautista (Jn.1:32-33).

*** (1P.4:14b) La impiedad y la incredulidad suelen tener una conducta y una fabla blasfema como su típica característica, siendo réprobos en lo tocante a la fe; y nuestra conducta, apegada a sus testimonios, demuestran lo que creemos, sabemos y confesamos, manteniendo inalterable en los hechos lo que las palabras declaran, habiéndose constituido ello en nuestro estilo de vida. Ellos blasfeman a Dios; mas nosotros le glorificamos en principios y prácticas.

*** (1P.4:15) La solemne advertencia que implica el marcar la diferencia entre nosotros y la gente irredenta debe manifestarse y hacerse evidente (Éx.8:23;9:4-7). Ninguno debe padecer como homicida o asesino, como ladrón o malhechor, o por entrometido y chismoso. El Señor nos llama a una conducta santa y ejemplar, mostrándonos la maldad en sus etapas más terribles, hasta las más "veniales" según el juicio de la impiedad; pasando de lo criminal a lo delicuencial, y de esto, al descrédito que ponen sobre la gente para demeritarlas y deshonrarlas, queriendo "justificar" sus maldades y su lenguaje procaz.

*** (1P.4:16) Nuestro padecimiento como creyentes e hijos de Dios no tienen que ser motivo de oprobio o de vergüenza, pues nuestro accionar en el Señor es juzgado como delito por la impiedad, ya que no comulgamos con su naturaleza réproba, la cual poseen ellos como estándar moral aceptable, asumiendo toda oposición o resistencia a sus pareceres como una afrenta a sus más firmes convicciones que la "mitad más uno" apoyan. Sus leyes son acordes con su debacle moral; de allí que odien la verdad evangélica, y busquen hacer prevalecer sus retorcidos pareceres como su particular identidad, ansiosos de que sus desvíos se tengan como línea recta y superior aspiración de su chueca filosofía. Lo que ellos suponen nuestra maldad o falla social, compone nuestra gloria, y debemos bendecir a Dios por ello.

*** (1P.4:17) Cuando se trata de hacer juicio, para establecer la justicia divina como regla de fe y como la ética que nos identifica como su prole espiritual, el Señor no inicia esta gestión suya entre la gente impía, cuyo sino ya conocemos, sino entre nosotros, que somos los responsables de magnificar su nombre y ministrar su esencial bondad como nuestra peculiar característica, dando testimonio de la realidad relacional mantenida con el Creador-Redentor a su sazón. La mayor evidencia de nuestra realidad espiritual y trascendente se da por nuestra obediencia al evangelio de Dios, demostrando con nuestro hechos la calidad de fe que tenemos en el Señor al que buscamos honrar tripartitamente. La interrogante sobre el destino de los desobedientes no nos es oculta, sabiendo de la condenación que ya está sobre ellos por auto definición.

*** (1P.4:18) El apóstol describe el plano salvífico como siendo un camino accidentado y lleno de vicisitudes, no porque Dios diseñara el mismo; sino por las victorias que habríamos de alcanzar vía nuestra confianza en él, y en las dotaciones, ministerios y operaciones que nos fueran concedidas por gracia para llegar a la meta consignada, para que obtengamos nuestro nivel de herederos en calidad de hijos santificados (He.12:13-14). Al observar lo vital que la santidad es para el creyente, sólo pensar en lo que pueda esperarle a los impíos debiera inspirar en nosotros una inmensa misericordia hacia ellos, cuyo destino es signado como aquel lugar donde "...El gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga".

*** (1P.4:19) El padecimiento según la voluntad de Dios nace de nuestra identificación con él, y de nuestra necesidad de entrenamiento espiritual que nos haga aceptar que todo ello reporta una utilidad que nos hace aptos para dar el siguiente paso, y así como el cuerpo endeble del niño se hace adolescente, joven, y adulto después, ensanchándose; así también acontece con nosotros hasta llevarnos a la madurez espiritual, donde nos reímos de lo que consideráramos una aflicción en etapas anteriores, entendiendo que todas las cosas nos ayudaron a bien, y nos dieron la competencia y la capacidad para enfrentar lo que vendría después. Pedro arguye que es necesario encomendar nuestras almas (refiriéndose a nuestra integridad personal) al fiel Creador (entendiendo para qué fuimos diseñados, y cómo el Señor cubrió todo ello en el tiempo de nuestra peregrinación), instándonos a hacer el bien en todo momento.

EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA  11/06/2016

1 comentario:

  1. UN SANO ENTENDIMIENTO DE LOS DILEMAS AFLICTIVOS QUE HEMOS DE ENFRENTAR NOS AYUDARÁN A COMPRENDER NUESTRAS CRISIS, Y NUESTRO ADIESTRAMIENTO EN CALIDAD DE HIJOS AMADOS, LLEVÁNDONOS A LA MADURACIÓN QUE NOS HAGA APTOS PARA EL ALCANCE DE NUESTRA HERENCIA ETERNAL.

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