LIMA - PERÚ DOMINGO 04 DE FEBRERO DEL 2018 MENSAJE # 2285
LUCAS 7:36-43.
"Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Éste, si fuera profeta, conocería quién y que clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado".
=== Jesús era por demás accesible para las necesidades de los demás, y nunca se negaba a hacer una visita social, aunque su intención era la de llevar el evangelio del reino dondequiera que estuviera. Este fariseo, llamado Simón, era sin duda un hombre religioso y acomodado; pero no tenía en cuenta las reglas de la más elemental urbanidad con su dignísimo invitado, por lo que imaginamos que lo único que buscaba era "anotarse un poroto", diciendo que había tenido al Salvador en su casa; y, de paso, juzgar cada detalle acerca de Jesús, de su persona y su doctrina. Y aunque él nunca le preguntó nada a Jesús, había la necesidad de "romper el hielo", para que la reunión no se convirtiese en un diálogo de sordos, o de un mudo concierto. El acceso de la "mujer pecadora" a esta reunión privada, donde se comía recostados en divanes, y no en sillas semejantes a las que usamos nosotros, para hacer una cómoda digestión a la usanza de la época; no deja de llamar nuestra atención, y el hecho mismo de que Simón no hiciera que la echaran, o buscara impedirla, implica una total indiferencia de él como anfitrión, dejándola hacer lo suyo. El frasco de alabastro, antes de ser roto para ungir los pies de Jesús, dejó lugar a un lavado de los mismos con las lágrimas de arrepentimiento. ¿Por qué no estaban los pies de Jesús, debidamente lavados, como correspondía a un invitado de su investidura? Porque a Simón no le importaba realmente la dignidad de su visitante, ni aprovechar la presencia del tal para alcanzar redención, o conocer algo acerca del reino de Dios... ¿Cómo hemos recibido al Verbo divino en nuestra vida personal? ¿Hemos sido atentos con él? ¿Nos estamos santificando con su presencia? ¿O lo estamos irrespetando y deshonrando con nuestra actitud indiferente?
=== El callado e imperturbable Simón, miraba inquisitivo al Señor Jesús, y a su variopinta compañía de galileos, los mismos que no poseyeran la cultura e indumentaria a la que él estaba acostumbrado a ver en sus banquetes, donde no sé si los convidados se lavaran los pies. Acostumbrado como estaba a la pureza ceremonial, su mente no dejó de juzgar a Jesús por permitir a esta pecadora mujer mostrar su arrepentimiento de una forma tan peculiar. Para él un frío sacrificio, un gesto ambigüo de aparente sentimiento de culpa, era lo adecuado; y no este show en el interior de su casa, que le permitía saber que Jesús no era el profeta que se imaginó; juzgándolo desde la corte suprema de su mentalidad farisaica, en la que el perdón no ocupara casi ningún espacio. Los "perfectos religiosos", omiten hablar de culpas y perdones; ellos solamente hablan de la justicia propia, y del costo del animal sacrificado, y de su excelente conducta ceñida de orgullo y cubierta con el manto de la hipocresía. ¿Si supiera este seudo profeta la fama de quien ahora le toca, humedece, lava y seca sus pies, para luego ungirlos con un perfume caro (¡Eso sí!)? no dejaría que lo tocara, rechazándola con un farisaico repudio que la arrojara de su presencia. No hay cosa más despreciable para la justicia propia, que la gracia.
=== Es aquí donde el intuitivo y perceptivo Señor, hace esta pregunta al 'rey de la justicia' que presidía la mesa. El hipócrita fariseo le contestó a Jesús obsequiosamente, llamándolo Maestro; algo opuesto a lo que su mente pensara. Y cuando le hizo la interrogante respecto a los dos deudores, no vaciló en dar la respuesta oportuna, dándole a Jesús el plano de comparación entre su hipocresía religiosa, y la enorme deuda de aquella mujer pecadora, que mostrara con hechos su arrepentimiento, y su deseo de verse perdonada por el Señor, y restaurada en su comunión con él. De allí, Jesús procedió a hacerle ver a Simón su grosería y falta de urbanidad: No hubo lavamiento de pies, el beso de bienvenida, ni el ungimiento que correspondía a su investidura. La justicia propia del fariseo; y la de sus compañeros fariseos allí presentes, les hacía mirar a Jesús como un predicador de la gracia que ellos no necesitaran (según ellos), porque estaban ciegos acerca de su estado espiritual para con Dios. Al final, aquella 'perdida mujer' salió de la casa del fariseo Simón reconciliada con Dios; mientras que éste y sus compañeros en el fariseísmo llenos de sí mismos, se quedaron condenados al igual que el fariseo de la parábola del fariseo y el publicano. La justicia divina es al arrepentido; lo que el orgullo es para quienes creen que no necesitan de la gracia de Dios, manteniéndose firmes en aquella condenación que ellos asumen como plena santificación. ¿Vivimos nosotros así de engañados?
LUCAS 7:36-43.
"Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Éste, si fuera profeta, conocería quién y que clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado".
=== Jesús era por demás accesible para las necesidades de los demás, y nunca se negaba a hacer una visita social, aunque su intención era la de llevar el evangelio del reino dondequiera que estuviera. Este fariseo, llamado Simón, era sin duda un hombre religioso y acomodado; pero no tenía en cuenta las reglas de la más elemental urbanidad con su dignísimo invitado, por lo que imaginamos que lo único que buscaba era "anotarse un poroto", diciendo que había tenido al Salvador en su casa; y, de paso, juzgar cada detalle acerca de Jesús, de su persona y su doctrina. Y aunque él nunca le preguntó nada a Jesús, había la necesidad de "romper el hielo", para que la reunión no se convirtiese en un diálogo de sordos, o de un mudo concierto. El acceso de la "mujer pecadora" a esta reunión privada, donde se comía recostados en divanes, y no en sillas semejantes a las que usamos nosotros, para hacer una cómoda digestión a la usanza de la época; no deja de llamar nuestra atención, y el hecho mismo de que Simón no hiciera que la echaran, o buscara impedirla, implica una total indiferencia de él como anfitrión, dejándola hacer lo suyo. El frasco de alabastro, antes de ser roto para ungir los pies de Jesús, dejó lugar a un lavado de los mismos con las lágrimas de arrepentimiento. ¿Por qué no estaban los pies de Jesús, debidamente lavados, como correspondía a un invitado de su investidura? Porque a Simón no le importaba realmente la dignidad de su visitante, ni aprovechar la presencia del tal para alcanzar redención, o conocer algo acerca del reino de Dios... ¿Cómo hemos recibido al Verbo divino en nuestra vida personal? ¿Hemos sido atentos con él? ¿Nos estamos santificando con su presencia? ¿O lo estamos irrespetando y deshonrando con nuestra actitud indiferente?
=== El callado e imperturbable Simón, miraba inquisitivo al Señor Jesús, y a su variopinta compañía de galileos, los mismos que no poseyeran la cultura e indumentaria a la que él estaba acostumbrado a ver en sus banquetes, donde no sé si los convidados se lavaran los pies. Acostumbrado como estaba a la pureza ceremonial, su mente no dejó de juzgar a Jesús por permitir a esta pecadora mujer mostrar su arrepentimiento de una forma tan peculiar. Para él un frío sacrificio, un gesto ambigüo de aparente sentimiento de culpa, era lo adecuado; y no este show en el interior de su casa, que le permitía saber que Jesús no era el profeta que se imaginó; juzgándolo desde la corte suprema de su mentalidad farisaica, en la que el perdón no ocupara casi ningún espacio. Los "perfectos religiosos", omiten hablar de culpas y perdones; ellos solamente hablan de la justicia propia, y del costo del animal sacrificado, y de su excelente conducta ceñida de orgullo y cubierta con el manto de la hipocresía. ¿Si supiera este seudo profeta la fama de quien ahora le toca, humedece, lava y seca sus pies, para luego ungirlos con un perfume caro (¡Eso sí!)? no dejaría que lo tocara, rechazándola con un farisaico repudio que la arrojara de su presencia. No hay cosa más despreciable para la justicia propia, que la gracia.
=== Es aquí donde el intuitivo y perceptivo Señor, hace esta pregunta al 'rey de la justicia' que presidía la mesa. El hipócrita fariseo le contestó a Jesús obsequiosamente, llamándolo Maestro; algo opuesto a lo que su mente pensara. Y cuando le hizo la interrogante respecto a los dos deudores, no vaciló en dar la respuesta oportuna, dándole a Jesús el plano de comparación entre su hipocresía religiosa, y la enorme deuda de aquella mujer pecadora, que mostrara con hechos su arrepentimiento, y su deseo de verse perdonada por el Señor, y restaurada en su comunión con él. De allí, Jesús procedió a hacerle ver a Simón su grosería y falta de urbanidad: No hubo lavamiento de pies, el beso de bienvenida, ni el ungimiento que correspondía a su investidura. La justicia propia del fariseo; y la de sus compañeros fariseos allí presentes, les hacía mirar a Jesús como un predicador de la gracia que ellos no necesitaran (según ellos), porque estaban ciegos acerca de su estado espiritual para con Dios. Al final, aquella 'perdida mujer' salió de la casa del fariseo Simón reconciliada con Dios; mientras que éste y sus compañeros en el fariseísmo llenos de sí mismos, se quedaron condenados al igual que el fariseo de la parábola del fariseo y el publicano. La justicia divina es al arrepentido; lo que el orgullo es para quienes creen que no necesitan de la gracia de Dios, manteniéndose firmes en aquella condenación que ellos asumen como plena santificación. ¿Vivimos nosotros así de engañados?
EFRAÍN ARTURO CHÁVEZ ESPARTA 04/02/2018 MENSAJE # 2285.
LOS PREJUICIOS SOCIALES, Y LOS RELIGIOSOS, SON PROPIOS DE GENTE ORGULLOSA QUE SE SIENTE POR ENCIMA DE LOS DEMÁS EN EL PLANO MORAL, RELIGIOSO O ESPIRITUAL. JESÚS NOS ILUSTRA AL RESPECTO CON LA SABIDURÍA QUE LO CARACTERIZA. ¡TE AMAMOS, SEÑOR!
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